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La familia, motivo de lucha y esperanza

Carolina Fernández estaba fuera de casa. Con un delantal amarrado al cuerpo, frente al hogar donde se encuentra viviendo, está lavando el coche de su hija y su yerno con una franela un poco roja por tanto uso. Sin embargo, aunque pareciere que lo hace por obligación, lo hace por gusto y distracción. Entra por la puerta de su casa y se sienta en el sofá. Cruza las piernas y su cabeza se sumerge en un inmenso mar de recuerdos.

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Ciudad de Pachuca. Imagen tomada de: es.wikipedia.org

“Es bonito hacer lo que uno quiere” es lo que Carolina dice con mucha frecuencia. Es inevitable el recuerdo de aquellos primeros años de su vida en Pachuca, Hidalgo. Cuando conoció a Rafael Martínez, su futuro esposo, y cuando tuvo a sus primeros cuatro hijos. Eran tiempos en los cuales había cierto pensamiento de que en la ciudad se vivía mejor, que predominaba el machismo y las familias estaban muy unidas. Muestra de la unidad familiar se encuentra en que Rocío, con quien actualmente vive la señora Carolina, quedó huérfana desde que tenía apenas 11 meses de edad, por lo que ella la adoptó y sus hijos se convirtieron en sus hermanos. Doña Carmen, con lágrimas a punto de brotarle de los ojos y teniendo problemas para articular algunas palabras, comenta que la madre de Rocío se llamaba Guadalupe y era la hermana de la señora Carolina. Gozaba de buena salud; sin embargo, tras unas extrañas enfermedades (se dice que fue brujería ya que su cuerpo, internamente, se encontraba deshecho), ella ya no pudo seguir peleando por su recuperación de una operación y 1 mes ante de que su hija cumpliera un año, falleció. Por el poco interés y el alcoholismo de su padre, doña Carolina aceptó adoptar a la pequeña Rocío.

Ella no tuvo hijos durante los primeros seis años de su matrimonio con el señor Rafael puesto que optaron por disfrutar y darse un tiempo para ellos mismos. No obstante, después de ese tiempo, tuvieron una gran familia con 7 hijos. Su llegada a la capital fue bastante complicada debido a que sus hijos estaban chicos y tenían pocos recursos. Esa travesía surgió porque una prima de doña Carolina le dijo a ella, y a su marido, que se fueran a vivir a la ciudad porque era un ambiente bastante atractivo, tranquilo y que podían salir adelante.

Incluso si aceptaban les prometieron ayuda para que tuvieran una zapatería y la pudieran trabajar. Fue ahí cuando los hijos de doña Carolina comenzaron a trabajar y a estudiar para poder sostenerse.

“Mario era muy flojo y una vez me dijo que se había ido de pinta porque no quería ir a la escuela. Entonces yo le dije que ya no iba a ir a la escuela, pero que tenía que irse a la zapatería e iba a pagar por vivir en la casa”. Fue así como ella les enseñó a sus hijos a trabajar, valorar lo que tenían y tener cuidado con el dinero. Inclusive había quienes trabajaban y estudiaban al mismo tiempo. “Ángel me decía que dejaría de estudiar para poder dar más dinero en casa. Yo le dije que siguiera estudiando y si podía que trabajara. Pero después entró a un periódico y se salió para entrar a otro. Sin embargo, él siguió estudiando por su cuenta y abriéndose camino él mismo”.

Ciudad de México. Foto de archivo.

“Nuestra llegada a México no fue nada fácil. Tuvimos que trabajar bastante para poder salir adelante. Además, Ángel estaba teniendo muchos problemas, pero decidí ponerle un alto. Tanto a sus borracheras como a sus amigos y a las demás mujeres”.

Comenta la señora Carolina con respecto a sus primeros años en la ciudad de México que lo más difícil que tuvieron que vivir fue tener qué alojarse en un pequeño cuarto. Sin embargo, a partir del trabajo y el diálogo, pudieron salir adelante y superar una gran cantidad de problemas.

La educación de los niños tuvo que ser hasta cierto punto conservadora. A excepción de Rocío, todos los niños asistieron a escuelas públicas debido a que vivieron la época familiar más complicada. Ella llegó a pensar lo peor aquellos años, pero dice que “afortunadamente ninguno de ellos salió alocado ni borracho”.

Hoy, 50 años después, doña Carolina critica a sus hijos que deben ser más severos con sus nietos y sus hijos. Hacerlos que luchen por salir adelante y que no les den nada o que les brinden poca ayuda. Que cuando hagan berrinches que les den una tunda, pero que les expliquen el por qué hicieron eso. Pero que, sobre todas las cosas, “sean agradecidos y amen a sus familiares, porque ellos son en quienes siempre podrán confiar y quienes les brindarán humildemente su mano”.